martes, 11 de diciembre de 2012

La fe en el Señor de los Milagros



LA OTRA ESQUINA
Por Carlos Gallardo Guarniz
El Señor de los Milagros, como todos los meses de octubre, desde hace ya 24 años, y de manera ininterrumpida, se ha reencontrado con sus fieles en Buenos Aires. El fervor peruano se ha vivido desde tempranas horas alrededor de las inmediaciones de la iglesia La Piedad, en las esquinas de Mitre y Paraná, a donde iban llegando los devotos para presenciar la solemne misa que ofreció el padre Tulio Andrés Camelli, que en su homilía resaltó la labor de los hermanos peruanos, mencionando especialmente a los integrantes de la Sexta Cuadrilla, conformada en su mayoría por jóvenes y que este año han tenido el honor de guardar la venerada imagen, para lo cual se han venido preparando en lo que va del año.
Párrafo aparte merece la metida de pata del mismo asesor espiritual de la Hermandad, que en plena misa, y frente a las más altas autoridades diplomáticas peruanas, así como ante una imponente multitud de fieles que colmó el templo llamó “perucas” a los fieles peruanos. Esta desafortunada expresión la dijo refiriéndose al cardenal Bergoglio cuando acotó: “Todos los que se encuentran en esta misa sus pecados le van a ser excomulgados –esto es perdonados- siempre y cuando realicen una confesión dentro de los 8 días; esto me lo ha dicho el propio Arzobispo: ‘dígale esto a los perucas’  -mencionó- como diciendo que Bergoglio había dicho esta frase, pero cuando se dio cuenta de su exabrupto quiso corregirse diciendo: no, perdón, dijo: ‘Dígale esto a los hermanos peruanos’. Quedará por saberse si quien dijo esta frase discriminadora y peyorativa con que algunos argentinos utilizan para referirse despectivamente a los peruanos fue hecha por el cardenal Bergoglio, quien se lo comentó al padre Camelli en confianza y en la intimidad clerical o si fue el Asesor Espiritual quien lo pensó y lo dijo en voz alta en plena misa. Me temo que esta respuesta el padre Camelli lo guardará como un secreto bajo siete llaves y la verdad se lo llevará consigo hasta la tumba.
En las afueras de la Basílica el público vivía una fiesta, ya la banda de músicos hacía notar su presencia entonando sonoras marineras y alegres valsecitos criollos que hacían mover los pies y menear las caderas al público; una devota, no pudiendo contener su alegría, sacó su pañuelo y se echó a bailar una salerosa marinera, las bolsas del supermercado que llevaba en mano no fue obstáculo para expresar su algarabía porque en breve vería el rostro del Señor. La puerta de la iglesia estaba adornada con globos de color blanco y morado, con banderas argentinas y peruanas y motivos religiosos que le daban un clima festivo; por su parte, las hermanas sahumadoras y cantoras se encargaron de realizar la ya tradicional alfombra floral, una verdadera obra de arte que elaboran desde muy temprano. Con las primeras luces del día estas mujeres se levantan presurosas, y acaso si apenas pueden conciliar el sueño en la noche, pensando cómo decorar la alfombra que da la bienvenida al recorrido procesional y que este año ha llevado impreso, en coloridos tonos, la leyenda: Año 2012. El año de la Fe.
Y aquí debo acotar que por más que se esfuerce la Iglesia –y la misma Hermandad- en que los fieles asistan con la misma puntualidad que lo hacen en octubre el resto de los meses del año, no lo van a poder lograr, pues octubre para los devotos del Señor de los Milagros es como diciembre para la grey católica, tiene ese sabor especial, tiene ese espíritu festivo-religioso que lo hace distinto. Y pienso que está bien que esto ocurra así, pues no tendría la misma satisfacción si todos los meses fueran octubre y diciembre. Eso, lo de la rigurosidad para asistir a las ceremonias religiosas, dejémoslo para quienes han encomendado de lleno su vida a Dios. Y digo ceremonias religiosas, pues ya se sabe que uno, el creyente de a pie, camina todos los días con su fe a cuestas, como lo ha hecho el hermano Lobatón en esta procesión. Sabido es que estuvo a punto de perder sus piernas, un severo cuadro de diabetes lo mandó a estar internado en el hospital por varias semanas. Su pronóstico era reservado y era inminente una amputación a sus extremidades para salvar su vida; sin embargo, y a pesar de haber perdido uno de sus pies, Lobatón acompañó vigorosamente todo el peregrinaje ayudado por un par de muletas. ¡He ahí a un hombre lleno de fe! Y me pregunto cuánto habrá tenido que ver la robustez de su creencia en el Cristo de Pachacamilla para tenerlo de vuelta en esta procesión que acaba de concluir.
Hay que tener fe, porque una persona sin fe es como alma en pena que deambula sin rumbo por la vida, pues hasta los ateos que se dicen no creyentes tienen fe. Y bien lo expresa el bolero de la copa rota: “Aturdido y abrumado por la duda de los celos se ve triste en la cantina a un bohemio ya sin fe”. Y este bohemio ya sin fe está sin alma, es un hombre desahuciado. Y el hombre, por ser tan soberbio y racionalista, derivó su pensamiento en el pesimismo, y si no lean a Nietzsche y todos sus acólitos.
El Señor de los Milagros es el Cristo Peruano, y no sólo porque es la fe de los peruanos en Dios, representado aquí en la imagen de un Cristo Crucificado que dice la leyenda fue pintado en un mural por un esclavo negro en los villorrios de Pachacamilla, y que quedó en pie luego de sucesivos terremotos que azotaron a Lima. Y este Cristo es nuestro patrono, es en quien los peruanos depositamos la custodia de nuestras vidas, de nuestra salud y le pedimos que nos libre de enfermedades y nos proteja de todos los males. Y en octubre, que es su fiesta, el pueblo sale a agradecerle, a rendirle su tributo; los creyentes vienen a rezar y a pedirle, es cierto, pero fundamentalmente vienen a agradecerle por las bendiciones recibidas. Y así es la fe del peruano, no es de puertas adentro morando en un claustro de la abadía, no es de confesiones ante el cura, es, diría yo, como le legaron sus ancestros los incas, de rendirle tributo y agradecimiento como en la ceremonia de la Pachamama; para el devoto del Señor de los Milagros confesarse no le quita su angustia pecaminosa como sí cargar las andas del Señor y sentir en carne propia el peso de su culpa. Vivir ese trance de dolor y gozo a la vez es su mayor felicidad, es su alivio. Y es por eso que el mayor castigo para un hermano es no permitirle cargar las pesadas andas de su Cristo Moreno.
El peruano, a diferencia del católico dogmático que vive en las iglesias rezando, exterioriza su creencia fuera de los templos, mezclando lo sagrado con lo profano. Hay un sincretismo religioso palpable en la procesión del Señor de los Milagros, en este nuestro Cristo de Pachacamilla; por un lado están esos rostros compungidos de dolor y de angustia que son las hermanas sahumadoras y cantoras quienes representan a María, la madre de Dios, que acompañó a Jesús durante su calvario antes de ser crucificado. Así, estas mujeres, 2 mil años después, custodian el recorrido procesional implorando con sus cánticos a Dios, y lo hacen vestidas sobriamente con sus túnicas de color morado y cubren sus cabezas con una corona de  pañuelos blancos dejando entrever en sus rostros un aura de aflicción, de pena y dolor como quien acompaña a un moribundo. Lo mismo que hizo la virgen María con su hijo Jesús. Y ese incienso de mirra que emanan hacia el cielo y que se impregna en nuestras ropas, tal vez sea ese bálsamo medicinal que cura nuestros cuerpos o ese aroma de la fe que purifica nuestras almas pecadoras. Y por otro lado, está lo pagano, están los homenajes y la fiesta al Cristo Crucificado, fiesta que acaso es la alegría porque Jesús resucitó al tercer día de entre los muertos. Y aquí es donde se ve reflejada la herencia religiosa de los pueblos del Tawantinsuyo, el culto a los Apus son los tributos que los hermanos de las cuadrillas, o empresarios o devotos de manera particular, solicitan a la Hermandad para realizar sus homenajes, que en realidad es un agradecimiento al Todopoderoso. Y entonces lo místico, lo espiritual y religioso se confunde con lo fervoroso, con lo festivo y la vitalidad bajo el aliento de la fe. Así viven los peruanos su devoción religiosa en el Señor de los Milagros.

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