LA OTRA ESQUINA
Por Carlos Gallardo Guarniz
La muerte del músico Ángel Flores, que como tal, es decir, bajo ese nombre era un virtual desconocido pues se sabe entró en la historia de la vida musical como “El Tío Pocotón”, como cariñosamente era conocido en el mundo artístico. Los funerales de su deceso ha conmovido a la comunidad peruana en Buenos Aires. La familia Flores, se dice por petición del propio difunto, ha querido honrarlo bajo dos días de jolgorio y 3 noches de jarana como él mismo lo pidió en la agonía de su vida.
Desde hace meses el músico padecía de un cáncer terminal que venía haciendo estragos su malogrado estómago; en las últimas semanas la enfermedad avanzó agresivamente y el artista mostraba una imagen muy venida a menos. Desmejorado físicamente, y ya sabiendo que la muerte le era inminente, que su destino estaba escrito; luego de arreglar los asuntos de su alma con Dios, por intermedio de su hija Vanesa, quien es evangelista y que llegó desde Perú para estar con su padre en los últimos días de su vida y para entregarlo a Cristo, el patriarca de los Flores reunió a su familia para pedir su última voluntad. Con su voz ya moribunda fue él mismo quien pidió que, antes de llevarlo a su última morada, lo velen dos días en su casa de Carlos Berg al 3500, en el barrio de Pompeya. Y así fue; sus hijos, con profunda tristeza en sus corazones, cumplieron la voluntad de su padre.
El domingo 2 de diciembre, al mediodía, cuando transitaba los 59 años de edad, Héctor Barandiarán, en el programa Con cajón y guitarra de Radio Master, anunció el deceso del músico y se corrió la voz en la colectividad que se había apagado la voz de Ángel Flores; el hombre nacido en el barrio de Caquetá, en San Martín de Porres, Lima, el de las manos virtuosas para la guitarra y el bajo y que supo inculcar en sus hijos el arte de la música que corre por sus venas, había muerto luego de sufrir una penosa enfermedad; pero la muerte es sólo un accidente en la vida de este hombre, pues pasará a la historia como El Tío Pocotón, el de la risa hilarante y de la chispa a flor de piel, el artista que consagró su vida a la música, prueba de ello está su extensa trayectoria y cuyas sinfonías musicales abarcó desde el anchuroso género de la cumbia, pasando por la salsa y ritmos criollos, hasta entrarle a los temas románticos y los boleros de época. Así da cuenta su frondoso currículo que va desde el legendario grupo Los Maracaibos de Pedro Miguel, leyenda entre las leyendas; también formó parte del elenco de Los Beta Cinco, la cumbia de nuestros viejos, la de las penas sin consuelo. Los acordes de su guitarra se dejaron sentir plácidamente acompañando a Los Girasoles. En Argentina derrochó su arte junto al “Negro Memín” en el Grupo Karicia, cuando este elenco tocó el cielo con las manos y se mantuvo en la cresta de la ola de la popularidad. Pasó por Ciclón; junto a su familia decide formar su propia banda musical: kopacabanda; donde los pocotines y trompitos hacían gala de su talento con la música tropical; más tarde refuerza las filas de Son Latino, orquesta salsera que formó su hijo Cristian.
Pocotón, en su dilatada trayectoria, ha sido invitado innumerables veces para tocar en los eventos que organizaban el Consulado y Embajada del Perú en Argentina; asimismo, acompañó al grupo de música afroperuana que triunfa en la Argentina , Los Negros de Miércoles. Y en Perú tocó para los músicos de la talla de Carmencita Lara y el bolerista Iván Cruz.
Como músico de raza era lógico que quería morir en su ley, bajo los acordes musicales que acompañen su féretro, y los artistas de la comunidad así lo sintieron y por eso fueron hasta su casa para despedirlo de una manera muy particular, distinta a la que cualquier mortal está acostumbrado a despedir a sus seres queridos. Así, los instrumentos musicales y las voces se confundieron en el aire entre el canto y el sollozo, entre la alegría y la pena, entre el festejo y el velatorio. En primer término llegó el tributo de la orquesta salsera más renombrada en Perú, La Camaguey , quien por esos días había llegado a Buenos Aires para ofrecer su show gracias a “Papuchi Internacional”, productora que lleva el sello de la familia Flores. Los músicos le hicieron un homenaje el domingo 2 en el local del Fantástico Bailable de Once, también Los Negros de Miércoles ofrecieron otro concierto en su memoria.
Los dos días siguientes, y bajo una extenuante vigilia y cansancio propio de la malanoche, una muchedumbre de compatriotas fue a despedir al “Tío Pocotón” y a ofrecer las condolencias a la familia Flores. La señora Silvia, la viuda, una mujer de temple y muy emprendedora, lucía muy afligida, triste y guardaba un luto cerrado casi sin omitir palabras. El público, para llegar hasta su ataúd y rezarle un padrenuestro a su alma, tenía que sortear un jardín de ramos florales y coronas esparcidos por todo el ambiente; la gente que llegó fue acomedida con los deudos a la hora de remangarse la camisa y poner manos a la obra ayudando en la elaboración de la comida y ofrecer bebida a los presentes; mientras tanto, toda la legión de artistas peruanos –liderados por los hijos de Pocotón, y entre ellos Cuchi, en el fragor del entierro, parecía ser el director de orquesta, el que movía los hilos de la organización en este funeral- se turnaron para ofrecerle una maratónica jornada musical de despedida en reconocimiento a su trayectoria. Entre los innumerables músicos que pude distinguir en el improvisado escenario que se armó en la puerta de su casa, convertido en velatorio, observé ofrecer su talento a Silvana Moreno, Coco Torres, Chato Cahua, Joaquín Campos, Dany, Luigui, Héctor Barandiarán, José Acasiete, Dante Mejía, Carmen Leiva, Silvia y Sentimiento Juvenil, entre muchos otros que lo recordaron al son de ritmos cumbiamberos, sonoras serenatas, salsas duras y sensuales, y nuestro vasto repertorio criollo se hizo presente para homenajear a un artista que abarcó todos estos géneros musicales con un talento muy particular.
El martes 4 de diciembre, bajo un sol abrasador, antes de partir hasta el cementerio de La Chacarita , el féretro fue sacado en hombros por sus hijos. A todos los presentes se nos hizo un nudo en la garganta y la emoción dio paso a las lágrimas en los ojos; los músicos se esforzaban al máximo para no dejarse vencer por el momento; El Tío Pocotón partía alegre a la eternidad, bailando al son de sus hijos que meneaban su ataúd mientras una solemne sinfonía se dejaba escuchar ahogando el grito de angustia y de dolor y pena que se apoderó de los presentes. El cortejo fúnebre, que incluyó dos micros llenos de gente y una caravana de autos, partió pasadas las 3.30 p.m.
La muerte del Tío Pocotón ha sido la más generosa ocasión funeraria que registre los anales históricos de la comunidad peruana en Buenos Aires, tanto así que de no haber estado presente hubiera creído que los acontecimientos narrados han sido producto de la imaginación como en una novela mágica de García Márquez. Hasta siempre querido “Tío Pocotón”
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